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Las historias de Valentina (Última parte)

Meli se despertó cuando ya habían pasado las tres y media de la tarde. Dio un par de vueltas en la cama y se cercioró de que no había nadie junto a ella. Se levantó, miró en el baño: nadie; se asomó a la puerta de la habitación: ningún ruido; se acercó hasta las escaleras de la casa, llamó a Víctor: silencio. Volvía a la cama pensando en qué podría haber pasado y entonces vio aquella nota.

VALIENTE CABRÓN. Dijo con los dientes apretados y por lo bajini Melissa.

Víctor le pedía en aquella nota que no lo esperara allí y le informaba que no sabía cuándo volvería, pero ella pensó que aquella columna de hidromasaje merecía ser estrenada.
Le echó un poco de morro, puso música en su móvil y se fue a la ducha. Sonaba Promesas que no valen nada, de Iván Ferreiro. Víctor jamás le prometió nada, pero en cierto modo venía al dedillo en aquel momento.

Meli pasó más de veinte minutos en la ducha y otros veinticinco arreglándose. Se maquilló la mitad que la noche anterior, recogió su rubia melena en una coleta alta pero despeinada, mallas negras, Adidas neo blancas, jersey de lana ancho blanco y una bufanda gigante gris que podía usar en caso de emergencia como manta. Hacía sol esa tarde, pero ya refrescaba y no poco.

A Melissa no le apetecía nada encerrarse en casa aquella tarde de domingo. Bajó a por su coche, comprobó que allí estaba su Nikon y se fue al Parque María Luisa a darse el gusto. Le apasionaba la fotografía, y que mejor lugar que aquel. Hizo más de cincuenta fotos en poco más de una hora y media, se dirigía a Plaza España para esperar hasta el atardecer y llevarse la foto más bonita de la tarde.

Y sí, iba a hacer la foto más bonita que había hecho nunca, pero no sería precisamente por el atardecer.

Nada más llegar, vio a una pareja sentada en una de aquellas escaleras, besándose, la foto salía a contraluz y quedaba preciosa. Definitivamente, sí, era la foto más bonita que había conseguido aquella tarde. Pero la sorpresa llegó cuando aquella pareja que se besaba dos minutos antes, se levantó para marcharse y…VÍCTOR. No, no. Peor. Víctor y Valentina, de la que tanto le había hablado. Valentina, como ayer la llamó a ella por equivocación mientras volvían a casa.

Meli, colorada, llena de rabia, se marcho de allí antes de que el destino fuera más caprichoso y la pusiera frente a frente con Víctor y su tal Valentina. Cuando subió al coche, envió por bluetooth la foto a su móvil. Miró la foto unos segundos. Por mucho que le doliera, por mucho que le gustara Víctor, era la mejor pareja que había visto jamás. Abrió WhatsApp, chat con Víctor, seleccionó la foto y añadió “digna de enmarcar, como la nota que me dejaste esta mañana. COBARDE”. Enviar. Y apagó el móvil. Aunque estaba segura de que no recibiría respuesta. Y así fue.

Valentina y Víctor habían estado horas intentando ponerse al día, contándose todo lo que había tenido lugar mientras los dos intentaban pasar aquella página que se había quedado pegada y no pasaba ni humedeciéndose el dedo con saliva.

Algunas eran tristes, otras ridículas, otras simplemente dolían porque estaban relacionadas con otras personas, pero al fin y al cabo allí estaban, donde siempre, como siempre. Y lo más importante, como siempre habían querido. Decidieron borrar todos aquellos recuerdos con un beso. Un beso cálido. Un beso nervioso. Un beso fotografiado. Un beso cargado de tantas cosas, que no era un beso cualquiera.

A Víctor le llegó un mensaje y le resultó extraño aquel sonido. No era muy fanático de la mensajería instantánea y si hacía uso de ella era o en el grupo de su familia, o en el de sus amigos, o en el de sus compañeros de trabajo. Rara vez con alguien por privado. Sacó el móvil. Melissa. Si hasta se había olvidado por completo de ella…Y en ese momento se sintió mal por ser tan sumamente frío, por ser veces, tan sumamente idiota. Miró a Valentina, que ya conocedora de todo, le respondió con gesto agridulce. Abrió el chat y…QUÉ FOTO. Era preciosa, y aunque el mensaje que la acompañaba era como mínimo desagradable (aunque cierto), ambos lo ignoraron y guardaron con una sonrisa aquella fotografía que representaría el principio de mucho.


Salieron del parque, buscaron el coche y se dirigieron a casa de Valentina. Hacía bastante frío y empezaba a anochecer. Habían decidido pedir shushi para cenar y tomar una copa de vino en casa. Víctor hizo que de vuelta a casa sonara Destino o casualidad, de Melendi. Y Valentina sonrió fuerte. Cuando la canción dejó de sonar, Víctor terminaba de aparcar. Puso el freno de mano y paró el coche. Cogió la mano de Valentina, la besó y se abrazaron. En ese abrazo Víctor susurró:

   - Déjame prometerte algo. Todas las noches de nuestra vida.

A lo que Valentina sólo pudo responder:

   -Y todas las mañanas. Con café incluido.

No necesitaron más.

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