Me gustan los días de frío. Sí, aunque me queje. Es que, a veces, también soy algo contradictoria. Me gustan esas mañanas en las que abres los ojos, estiras el brazo para coger el móvil y darle los buenos días, y solo con ese gesto sabes que como muevas un solo milímetro más de tu cuerpo, pasarás a sentir todo ese frío que ha invadido tu cama. Y entonces, entonces lo echas de menos. Echas de menos esos abrazos, esos que hacían que el frío no existiera una mañana de enero.
Escribo, luego existo.