Valentina era así, de las que no podía dormir si algo la inquietaba, de las que tenía que dejarlo todo zanjado antes de cerrar los ojos. Y así con todo. Daba igual que fuera un asunto personal, un trabajo de la universidad, o un mensaje que tenía pensado enviar y no lo hizo.
“Te echo de menos”
Enviar. Y pulsó. Esta vez sí.
Estuvo más de veinte minutos esperando a ver si al menos, obtenía por respuesta un “en línea”, pero no fue así. ¿Qué estaría haciendo un sábado a las 4:30 a.m.? Mejor no pensarlo. A dormir.
Víctor abrió los ojos a la mañana siguiente sin saber lo que le esperaba. Bueno, más bien, ya a medio día.
Se despertó con un cosquilleo en su espalda cuyo origen desconocía. Le costó mucho abrir los ojos, pero al fin, la vio. Estaba mareado, pero no lo suficiente como para no darse cuenta de que aquella melena rubia era la culpable de su despertar. Sin embargo, los ojos verdes, grandes y brillantes de Meli, seguían cerrados. Víctor no recordaba ciertos detalles de la noche anterior, pero desde luego aquella chica era preciosa. Tenía una melena rubia ondulada, que cubría gran parte de su espalda, y ahora, de su almohada. Y recordaba una sonrisa radiante y unas curvas que, desde luego, no se mantenían solas.
Víctor cuidadosamente, entró al baño, no sin coger su móvil que descansaba sin conexión sobre la mesita. Se dio una ducha, fría y rápida, necesitaba encontrarse mejor. Y tras comprobar que Meli ni había pestañeado, se puso algo de ropa y bajó a la cocina a preparar un café. Le iba a venir mejor de lo que pensaba.
Sentado en el sofá, café en mano y móvil conectado a la corriente...lo encendió, marcó el código y ahí estaba.
Un “te echo de menos” rezaba en su pantalla. Y aunque venía de un número que no tenía guardado, lo reconocía sin dudarlo. Valentina.
No recordaba algunas cosas de la noche anterior, pero seguía recordando a la perfección aquel 28 de febrero en que Marcos decidió que Víctor, su amigo y Valentina, su prima, debían conocerse.
Valentina los esperaba en la puerta de aquel restaurante tan chic que ella adoraba. Vestía con vaqueros oscuros y ajustados, tacones muy altos, un pequeño y precioso bolso de Bimba y Lola y una americana muy femenina bajo la que se intuía un cuerpo perfecto. Víctor solo necesitó esa noche para volverse loco.
Valentina no solo era un cuerpo al que le quedaba bien cualquier prenda que llevara puesta. Valentina sonreía y cambiaba el mundo. Valentina cada vez que se movía el pelo desprendía algo único. Valentina tenía unos ojos marrones, pequeñitos y sustentados por unas cuantas pequitas, que la hacían muy sexy. Y sí, tenía la mirada más sincera que Víctor jamás vería. Una chica de apenas veintitrés años, desenvuelta, con mucho camino recorrido, dicharachera. Víctor recordaba cada segundo de aquella noche. Cada plato que degustaron, cada copa que tomaron después y hasta cada calle por las que pasaron de vuelta a casa, cuando acompañó a Valentina.
Volvió a la realidad cuando de nuevo pulsó el botón de bloqueo del móvil, la pantalla se iluminó y ese mensaje le provocaba otra punzada en el estómago. Estómago, por no nombrar ese órgano de naturaleza muscular que actúa como impulsor de la sangre y que podemos encontrarlo en la cavidad torácica.
¿Cuánto tiempo había esperado aquel mensaje? ¿Cuántos sábados por la noche quiso llamarla y se conformó con ser capaz de secarse sus propias lágrimas y conseguir dormirse? ¿Cuántas veces le hubiera suplicado que pensara las cosas, que le dejaría su tiempo para pensar? ¿Por qué ahora joder?
Víctor engulló aquel café. Normalmente tardaba más de media hora en tomarlo, pero Valentina tocaba profundo sin saberlo. Valentina, todavía dolía.
La respiración de Víctor cada vez era más acelerada, sentía calor, rabia, dolor confusión…una mezcla demasiado explosiva para un domingo a medio día con resaca, una mujer en la cama que apenas recordaba cómo llegó allí y un mensaje lo suficientemente potente en su pantalla. Por que no, aún no lo había abierto ni sabía cuándo lo haría.
Sabía que aquella decisión, en algún sentido, le hacía menos hombre, pero no veía otra salida. Subió al dormitorio y dejó una nota sobre la mesilla de noche del lado izquierdo de la cama, donde dormía Meli esa mañana.
“Perdóname. He tenido que salir, me ahogaba aquí dentro. No me esperes aquí, por favor. No se cuándo volveré. Olvida lo de anoche. No debería haber pasado nada de esto. Fue un error.”
Víctor cogió un jersey de lana, ya empezaba a refrescar en Sevilla. Cascos, llaves de casa, llaves del coche y móvil, por supuesto. No sabía dónde se dirigía y seguía sin saberlo cuando decidió subirse al coche, arrancar y salir del parking. Sonaba “Bailarina” de Maldita Nerea y le recordaba a ella. Valentina era una estrella abriendo camino a la que seguir, como decía la canción.
Quizás sin saberlo, era eso lo que estaba haciendo.
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